Recuerdo cuando comencé con esto de la fotografía de fauna. En mis comienzos había animales como la garza que me parecían imposibles. Me acercaba a la costa de mi pueblo (Rianxo) y allí las observaba en la lejanía. Cuando comenzaba mi sigiloso acercamiento estas desconfiadas aves salían volando, incluso teniendome a más de 100 m. Evidentemente, la decepción era grande, y las fotos sólo dejaban ver un pequeño punto alargado en medio de la inmensidad de la costa. Luego comencé a usar el hide y todo cambió: largas sesiones de espera, madrugones, frío, calor, ... pero de vez en cuando daban sus frutos. Mucho tengo que agradecer a este cubículo de tela donde me agazapo en silencio esperando la llegada de las aves. Es una delicia ver como esta desconfiada especie pasea en la charca a escasos metros del hide, arponeando todo cuanto se mueve entre sus patas. Aún así, siempre está alerta, y los movimientos del teleobjetivo han de ser extremadamente lentos.
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